28 de noviembre de 2017



Un día un poco sombrío, dentro de las primeras horas un día normal. Mis padres de visita en mi hogar llenos de energía por ayudar, se ocuparon de mi hijo de 2 años, de arreglar la casa para salir a pasear.
10:30 listos con carteras, celulares, ropa del bebé en la mano, decidimos partir en búsqueda de unos libros para mi trabajo. Un tráfico intenso, un olor a smock nos acompañó, recogimos los libros y los dejamos al personal encargado en mi oficina. Aparente tranquilidad, en una ciudad que le cuesta descansar- la capital.
13:00 Almorzamos en el centro histórico un menú sencillo, mi hermano nos invitó: crema de espárragos, arroz con puré de papas y carne salteada, jugo de melón y un postre indefinible por su color, un azul rey intenso y dos cerezas con miel.
14:30 Un poco cansados continuamos nuestro trayecto, ya cerca de casa olvidamos retirar las etiquetas para mis productos artesanales, decidimos pasar por la imprenta a unas quince cuadras. Al regreso mi padre y mi madre me ayudaron a cortar, hacer un agujero y colocar el hilo para colgar.
16:00 Mientras tomábamos café mi esposo llegó, cansado, oprimido por el trabajo, intranquilo por unos documentos extraviados por su secretaría. Decidimos ir a comprar en la panadería un agua con gas, y conversar. Decidido a renunciar, dejar el trabajo y empezar algo más, las deudas nos preocupaban, pero pensamos en vender lo poco que teníamos y pagar. (Computadores, celulares, tv, auto), de regreso a la casa decidimos invitar a mis padres a merendar fuera. Así distraernos y no pensar más.
Cuando mis padres están de visita me hacen sentir segura, tranquila y feliz, pero ese día mientras cenábamos algo no estaba bien, un silencio sepulcral nos invadía, cada uno encerrado en sus pensamientos, sin muchas palabras que cruzar.
20:00 Salimos del centro comercial, un poco cansados, con ganas de dormir y nada más. Mi padre al ver a la salida un puesto de humitas decidió comprar para al día siguiente desayunar. Compró dos dólares y un litro de leche. De regreso a una cuadra de la casa, la oscuridad no nos permitió observar, simplemente abrimos el portón y entramos sin reparar.
Ya dentro de casa mi madre se ocupaba del pequeño en su habitación, mi esposo en el baño, yo arreglando mis cajas con artesanías para al día siguiente viajar, tenía una exposición en otra ciudad.
Mi padre preocupado por sus humitas salió de la casa a buscarlas en el auto, las había dejado en el asiento del copiloto, la puerta de la casa se encontraba abierta, esperando su regreso.
20:33 En la oscuridad de aquella noche, el viento hacía de las suyas, movía las hojas de los árboles de limón y aguacate, mis gatos sentados en las gradas que dirigían al segundo piso de la vivienda, en el lapso de cinco minutos, mientras mi padre recogía su funda, fue atrapado por seis integrantes de una banda de ladrones, con pistola en mano le ultrajaron, le oprimieron, le obligaron a entregar lo que poseía ese momento (llaves del auto, reloj, dinero, celular), yo al mirar esa escena y sin pensar cerré la puerta dejándolo detrás a merced de los malhechores, sin saber cómo actuar.
Mi desesperación, mi angustia se concentró en cuidar a mi hijo, arrastré a mi madre quien no entendía que ocurría y yo no sabía cómo explicar, los encerré en la habitación del pequeño, lleno de color y juguetes, aromas a bebé e inocencia.
Derribaron la puerta a patadas, amarraron a mi padre, a mi esposo, los apuntaron con pistolas y armas blancas, en el suelo nos mirábamos unos a otros mientras mi hijo no deja de repetir “por qué hacen esto”, “no quiero que estén aquí”, aquellas palabras nos marcaron a todos, aquel inocente entendía que algo estaba mal y que no quería estar ahí.
Los minutos pasaron mientras yo miraba como uno a uno se iban llevando mis bienes, todo aquello que esa tarde pensábamos vender nos fueron arrebatados, mi casa quedo ultrajada, sin brillo, como si un torbellino hubiera entrado, cada cajón, cada habitación removida, mis gatos huyeron por la ventana, hasta que por fin se fueron.
Esa noche lo único que repetía era “no quiero estar aquí”, “me quiero ir”. Palabras que marcaron el evento y el sentir de todas las víctimas, ver a mi hijo triste, llorando, sin entender por qué ocurrió eso.
Una mirada a mi hogar me hizo entender lo que realmente me importaba, lo más valioso no me arrebataron la vida, mis seres queridos, mi familia.
Desde aquel evento no volví a mi hogar, las sombras del recuerdo, el temor e inseguridad nos hicieron tomar otro rumbo y dejar el pasado atrás. Ahora vivo en el campo, cerca del río y de las montañas, tengo cuatro perros y dos gatos, mis compañeros perfectos, ahora solo vivo mi paz, mi seguridad, mi entrega en cada escrito, en aquellos paisajes y sonidos.

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